
Uno de los recuerdos más importantes que tengo de mi infancia es cuando mi padre me enseñó a montar en bici.
Fue en el parque de debajo de casa, todo eso era campo, jejeje, típica frase que oímos de nuestros padres, y que yo ahora también puedo repetir, por que esa zona de la avenida de brasil, era en la mayoría descampado.
Pero había una zona que estaba asfaltada, al lado de un edificio, y aprovechamos esa zona, para que yo subido en la bici, y él, mi padre, sujetando con su mano el sillín, y pitillo en boca me acompañaba hasta que cogía un poco de velocidad, y entonces me decía ahora tu sólo….
A veces lo conseguía, y a veces tenía que echar los pies al suelo, en otras ocasiones eran bastantes partes de mi cuerpo las que daban con el suelo, aún tengo marcas en las rodillas de aquellos días de aprendizaje.
Pero a partir de ese momento empezó mi idilio con la bici, recuerdo las vueltas que daba sin sentido, algunas de ellas en Brihuega, en una pequeña pista de frontón, allí que sufrieron mis rodillas.
Este es de los mejores recuerdos que tengo de mi infancia, y el mejor recuerdo que voy a tener de estas Navidades 18/19, va a ser el de haber podido enseñar a Álvaro y a Mara a montar en bici. Sin duda un recuerdo para la eternidad.
Las bicis las trajo Papa Noel, en su trineo, por que ya iba siendo hora de que Álvaro con 7 años y medio aprendiera a manejarse en bici. La verdad es que tenía mis dudas de si le iba a gustar o no el regalo de Papa Noel, y de si le iba a gustar después montar en bici.
Bajamos a los pocos días a probarla, los primeros pasos fueron difíciles, y me vino a la cabeza aquellos aprendizajes en el descampado de debajo de mi casa de la infancia con mi padre.
Pero sin saber cómo, por arte de magia, cuando parecía que ya nos íbamos a dar por vencidos, de repente Álvaro, coge velocidad, y me grita «déjame sólo», y yo con más miedo que otra cosa, suelto las manos, y sin saber cómo, Álvaro, como si llevara toda la vida andando en bici, empezó a dar vueltas al parque, sin parar, por que lo de parar, no lo habíamos trabajado, y efectivamente, la parada fue algo brusca.
Reconozco que alguna lágrima se me escapó, se levantó del suelo, y vino corriendo hacia mi gritando, «papá, se montar en bici» con una alegría en la cara indescriptible.
Mara, que estaba de espectadora, con sus casi 5 años, en ese momento dijo, yo también quiero…, y en eso estamos, aún no va tan suelta como su hermano, pero cada vez lo hace mejor y a ratos va sóla.
Las Navidades nos dejan recuerdos para siempre, y este ha sido el mejor regalo posible, estos son los detalles que perduran, que no se olvidan, y que quedan grabados en la memoria.
Lo mejor es la pasión que sigue teniendo por la bici, y las ganas que tiene cada día de despertarse y bajar a montar en bici, a pesar de las caídas típicas del aprendizaje.
#namasté
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